Grave sequía en Brasil: una crisis mundial
Aunque Brasil ostenta la mayor
cantidad de agua dulce del mundo, este 2021 su región centro-sur, motor
económico nacional, vive su peor sequía en dos décadas. “La crisis del agua en
Brasil es una crisis mundial”, dicen los científicos Augusto Getirana, Renata
Libonati y Marcio Cataldi en un comentario publicado en la revista Nature este
diciembre. Una crisis con importantes consecuencias para la agricultura, el
comercio mundial, la distribución del agua, los precios y la generación de
energía.
¿Por qué la crisis hídrica de Brasil es un problema mundial?
Solo con dos tercios del agua que fluye en el Amazonas podría abastecer la demanda global. Su escasez impacta directamente en la agricultura, algo grave si se considera que Brasil cultiva más de un tercio del azúcar, exporta un tercio del café y produce casi el 15 % de la carne a nivel global. El aumento en los precios del café (30 %) y la soja (67 %) ya lo atestiguan.
NO ES NATURAL
Entre marzo y mayo de 2021 el clima seco generó una escasez de 267 km3 de agua en ríos, lagos, suelos y acuíferos. No es “natural”; la sequía es un fenómeno cada vez más intenso y frecuente producto de una combinación explosiva: deforestación, uso de la tierra, quema de biomasa y calentamiento global interactúan para determinar la disponibilidad de agua.
Con la tala de árboles tienden a desaparecer los “ríos voladores” que a través de la transpiración vegetal contribuyen a regular el hidroclima en la región. Un dato evidencia su importancia: podrían aportar la misma cantidad de agua por día en la lluvia como el propio Amazonas. Pero sin árboles hay menos precipitaciones y se pierde un sumidero de carbono clave a nivel global.
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Los costos los termina pagando la población, con embalses importantes al 20 % de su capacidad, tarifazos del 130 % en las facturas de la luz, inminente racionamiento de agua en muchas ciudades y probabilidad de migraciones desde el noreste al sureste a causa del círculo vicioso sequía-desempleo-pobreza.
Según los especialistas, hace décadas que los Gobiernos de Brasil no consideran la sequía como un asunto de seguridad nacional e internacional. Ahora un grupo de 95 científicos del agua y el clima locales y extranjeros propone un plan coordinado de mitigación, que deberá considerar los siguientes puntos clave:
- Las extensas reservas de Brasil: casi el 85 % de las necesidades de agua dulce de la nación son abastecidas por aguas superficiales (ríos y lagos). En Estados Unidos, esa cifra es 75 %; en India, 60 %.
- La capacidad hidroeléctrica brasileña produce el 65 % de la electricidad del país, pero con la bajante histórica del río Paraná se volvió a quemar combustibles fósiles y biocombustibles.
- El cambio constante de la cobertura del suelo y el calentamiento global generan una cascada de condiciones secas persistentes, según el Panel Intergubernamental sobre el Cambio Climático.
- Décadas de deforestación también significaron una mayor tasa de incendios, cuya materia particulada liberada al ambiente altera la formación de nubes de lluvia.
- La ganadería intensiva conduce a tierras sin vegetación y suelos compactados.
No ha cambiado mucho desde la crisis del agua del período 2014 y 2015, cuando la Academia Brasileña de Ciencias advirtió a las autoridades que no estaban tomando medidas rápidas y audaces al respecto. En la actualidad, el escenario incluso empeoró: el Gobierno de Jair Bolsonaro promueve el “negacionismo de la ciencia”, según los expertos, mientras se da vía libre a la apropiación de tierras para la agroindustria y la minería, aumentando la deforestación y los incendios forestales, además de socavar la mitigación del clima.
DIVERSIFICAR LA MATRIZ ENERGÉTICA
Actualmente Brasil monitorea el agua subterránea en 409 sitios en todo el país, una cifra insignificante en comparación con las redes de América del Norte y la India, que tienen más de 16 000 y 22 000 sitios, respectivamente.
Con ese diagnóstico, los investigadores recomiendan invertir en monitoreos meteorológicos y de aguas subterráneas –para que la información llegue a tiempo a agricultores y departamentos de agua locales–, además de una nueva supercomputadora para el Instituto Nacional de Investigaciones Espaciales. Sin embargo, el presupuesto del Ministerio de Ciencia y Tecnología para 2022 se redujo en un 87 %.
Getirana, Libonati y Cataldi estiman que Brasil podría diversificar su matriz energética amplificando la capacidad eólica y solar, de forma tal de dejar de depender de la energía hidroeléctrica, que, además de tener una pequeña huella de carbono, ante la escasez de agua es reemplazada por la energía térmica a base de combustibles fósiles, más cara y contaminante.
Las promesas del Gobierno de Brasil de terminar con la deforestación y reducir emisiones a la mitad para 2030, realizadas en la última cumbre climática de Glasgow, son poco ambiciosas, dicen los especialistas. Reconocen que el freno a la deforestación podría generar costos a corto plazo para agricultores y propietarios de tierras, pero “los costos de no hacer nada son demasiado extremos para ignorarlos”, dicen.