Peligran en Chile las turberas, importantes reservorios de carbono y agua
Las turberas son humedales de origen glaciar de importancia clave en la lucha contra el cambio climático, ya que a largo de los siglos han almacenado tanto CO2 atmosférico que hoy son sumideros de carbono, incluso, más importantes que los bosques si consideramos el número de toneladas de carbono que están acumuladas.
AL SUR DEL MUNDO, las turberas
En el sur de Chile tenemos
grandes extensiones de turberas desde la región de Los Lagos hacia el sur, hasta
Magallanes, la región más austral del país. Otras más pequeñas se extienden desde
la Región de la Araucanía.
Se trata de paisajes que lucen
como extensas praderas repletas de esponjas rosadas sumergidas en agua. Son las
turberas, y tienen en la superficie musgo, que es una capa de material vegetal
que con el paso del tiempo va muriendo y acumulándose hasta formar una capa
orgánica llamada turba.
En las turberas crece una planta de interés comercial: el musgo Sphagnum magellanicum conocido también como pompón. Este, cuando muere, se va acumulando. Esa materia orgánica que está debajo del musgo es la que se llama turba y está semidescompuesta.
RESERVORIOS DE AGUA Y CARBONO
Las turberas también son
reservorios de agua. Este musgo tiene la característica muy particular de que su
cuerpo posee unas células huecas, y el agua queda atrapada dentro de la planta,
como una esponja. El agua se evapora mucho menos que un espejo de agua, y se va
liberando lentamente mientras va recargando la red hídrica.
El caso de la isla de Chiloé
es emblemático: al carecer una provisión de agua de deshielo, son sus humedales
y bosques los que cumplen esa función. Pero Chiloé también es uno de los
principales lugares donde ha habido mucha actividad extractiva, con un proyecto
industrial de extracción de turba en Ancud.
Si bien la turba se puede usar para combustible y para ese fin se extrajo mucho, sobre todo en el norte de Europa, en Chile se tritura y se vende como sustrato para el cultivo de hongos, champiñones o almácigos. El musgo de mejor calidad, unas hebras largas de un color rosa pálido, se usa para jardinería de lujo, por ejemplo, en el cultivo de orquídeas.
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Pero todos estos intereses
económicos también tienen implicancias ecosistémicas. Hay una gran diferencia
entre extraer turba, que es un recurso que no es renovable porque se generó a
lo largo de miles de años, y cosechar la capa superior, que es la planta que
está viva, que se corta y de la cual se puede hacer manejo sustentable para que
se vuelva a regenerar.
Por su complejidad, un
agricultor que trabaja con su familia no tiene muchas opciones de sacar turba. Recolectan
el musgo, la capa superficial, aunque a veces llegan a la turba, generando un
impacto.
Carolina León, investigadora y
jefa del Centro de Investigación en Recursos Naturales y Sustentabilidad
(CIRENYS) de la Universidad Bernardo O’Higgins, declaró en diálogo con Mongabay:
“Hemos ido a lugares donde se ve como si hubiese pasado un jabalí arrasando
todo y dando vueltas a todo el sustrato. Hay muchos sitios donde hay muy buenas
prácticas, se preocupan y efectivamente generan un sistema que es renovable,
pero hay otros lugares en donde no es así”.
“Durante muchos años se ha extraído sin ninguna conciencia de la regeneración de la planta. Hay muchas zonas en donde uno ve que queda absolutamente erosionado el lugar y ahí no vuelve a crecer el musgo. Por el contrario, lo que crecen son plantas exóticas, invasoras, que se van apoderando del espacio y van colonizando”, agregó.
DESPROTEGIDOS Y SIN REGULACIÓN
En 2020 entró en vigencia una
regulación del Ministerio de Agricultura de Chile que prohíbe el drenaje en la
extracción de musgo, pero no regula la turba. Esta está regida bajo el código
minero ya que es considerada un fósil, y el Ministerio de Medio Ambiente no las
incluyó en el Inventario Nacional de Humedales, por lo que no se sabe su
cantidad.
Tampoco se sabe cuanta gente vive de esta actividad comercial, solo se sabe cuánto se exporta en toneladas anuales: 4600 toneladas en 2019 por un valor de US $20 millones, según el último anuario 2020 del Instituto Forestal.