Relojes hechos con plástico reciclado
Relojes confeccionados con bolsas de plástico. «El objeto de plástico más dañino que existe y el que menos se recicla»
¿Por qué con plásticos?
Baroni se crió en una quinta rosarina, en una familia de apasionados por la navegación que le inculcó el respeto por la naturaleza. «Desde chico empecé a ver mucha basura plástica en las caletas de los clubes náuticos y no terminaba de entender si eso era nocivo para los animales»
» Las bolsas con el roce constante del agua se convierten en microplásticos que comen luego los peces y nosotros mismos. En el océano las tortugas marinas se confunden las bolsas con las medusas, que son su alimento, y se mueren. Las ballenas también. Según un estudio de Unicef, 100.000 animales marinos mueren por año a causa de la polución del plástico», asegura.
Aunque estudió publicidad, Baroni siempre fue un apasionado del diseño y a los 17 años le dio forma a su primera creación. «Se me había roto mi billetera e improvisé una con papel. Ahí germinó la semilla del diseño ecológico», cuenta. «Me di cuenta que había millones de cosas que se podían hacer sin plástico y tomé dimensión de los residuos que hay detrás de los que consumimos a diario».
Su última creación son los relojes Waltic, hechos con una estructura de plástico reciclado y una máquina marca Citizen. «Elegí hacer relojes porque tienen una significación muy profunda: el tiempo. Tenemos que entender que somos finitos y que el tiempo que tengamos de vida en sociedad en el planeta tiene que ser de cuidado para después dejárselo a otras personas», dice.
El primer prototipo
Lo realizó en Córdoba, junto a un equipo que ya tenía alguna experiencia en el reciclaje de plástico, aunque no de bolsas. Juntos armaron un proyecto de investigación, adaptaron tecnologías holandesas de open source y comenzaron a producir estos relojes, que utilizan alrededor nueve bolsas de plástico cada uno y tienen un precio de entre 165 y 220 euros, dependiendo de la máquina.
Convencido de que el mercado para su producto está lejos de la Argentina, hace dos meses Baroni armó una valija y se fue a Holanda a buscar inversores. Vistió incubadoras de start ups y, si bien fue muy bien recibido, encontró la oportunidad definitiva gracias a un voluntariado en BIO ART Laboratories, un instituto creado por la artista holandesa Jalila Essaidi, famosa por su creación de una «piel antibalas». «Le comenté a ella mi proyecto y enseguida me invitó a exponer durante la Dutch Design Week en su instituto, que es una de las sedes de la feria», relata.
Si logra recabar la inversión que necesita, Baroni planea regresar a la Argentina para poner en marcha la producción. «Parece un suicidio, pero no», dice. «Nuestro sistema tiene un montón de facilidades en comparación con países del primer mundo. Acá toda la basura tiene dueño y no es tan fácil hacer un arreglo entre partes para hacerse cargo de los residuos de una empresa o armar una jornada de limpieza. Queremos hacernos fuertes en el ecosistema que conocemos, que además es el que tiene más destrozos a nivel ambiental».