El Gran Chaco: un tesoro en riesgo
¿Sabías que a miles de kilómetros de tu ciudad hay un bosque importante y único? Él regula tu agua, tu aire y hasta la pobreza en los barrios más humildes, ¿Te parece difícil de creer? Aunque te sorprenda, ese bosque existe. Es el Gran Chaco, el segundo bosque más grande de Sudamérica, y hoy está en peligro.
En 2023, la deforestación en el norte argentino superó las 126.149 hectáreas. Y lo más alarmante es que en 2024 la cifra creció hasta 149.649 hectáreas. Sólo en el primer semestre de 2024, la pérdida de el Gran Chaco fue un 15% mayor. La provincia del Chaco es una de las más castigadas: perdió 57.343 hectáreas en 2023. Por si fuera poco, en apenas los primeros meses de 2025, ya sumaba 8.650 hectáreas menos.
La tendencia no se detiene. Y con cada árbol que cae, desaparece más que un paisaje. También se desmoronan los equilibrios climáticos, sociales y culturales que sostienen la vida.
El Gran Chaco como gigante incomprendido
El Gran Chaco es un ecosistema imponente y diverso. A primera vista parece árido, seco y hasta hostil. Sin embargo, guarda secretos que solo quienes lo habitan entienden. Sus quebrachales, algarrobos y palos santos son mucho más que árboles. Son farmacias, mercados y refugios naturales.
Juano, un hombre que ha dedicado más de 20 años a caminar sus senderos, lo resume así: “El bosque chaqueño se entrelaza con las yungas, con el agua que baja desde los Andes, con el Pantanal y hasta con el Amazonas”.
Lo que ocurre en este bosque seco repercute en toda Sudamérica, dándonos 3 regalos únicos. Por eso, protegerlo no es un capricho local. Es una responsabilidad compartida.
El primer regalo: el Gran Chaco como supermercado y hogar
Para las comunidades locales, el monte es vida. Allí encuentran alimentos como la algarroba o el chañar, frutos recolectados históricamente por mujeres. Y al hacerlo, transmiten saberes ancestrales de generación en generación.
También es farmacia natural: cortezas, hojas y raíces forman parte de la medicina tradicional. Pero también es un hogar. La fauna silvestre, desde aves hasta grandes mamíferos, convive con las familias que aprendieron a aprovechar sus recursos sin destruirlos.
Sin embargo, la degradación actual rompe este equilibrio. La deforestación arrasa con árboles que tardan décadas en crecer. La caza ilegal amenaza especies en riesgo crítico. Y lo que antes era un sistema sostenible, hoy se ve cercado por el discurso del “desarrollo”. El cual muchas veces se traduce en monocultivos y ganadería extensiva.
El segundo regalo: el Gran Chaco con equilibrio que nos llega a todos
El Gran Chaco también funciona como un regulador climático de todo el continente. Sus suelos y árboles almacenan agua y carbono, amortiguan sequías y previenen inundaciones.
Cuando se destruye, los ciclos hidrológicos se alteran. El resultado: lluvias más intensas, sequías prolongadas y un clima impredecible. En los últimos años, las provincias del norte argentino han enfrentado extremos cada vez más frecuentes. Y estos fenómenos no se quedan allí: repercuten en la producción agrícola, en el acceso al agua y en la estabilidad económica de todo el país.
Un dato alarmante es que especies emblemáticas como el yaguareté sobreviven en “peligro crítico” en el Chaco. Tanto es así que actualmente se estima que hay menos de 20 individuos de esa especie. El tapir, por su parte, sigue el mismo camino, amenazado por la pérdida de hábitat.
La biodiversidad es la primera línea de defensa contra el colapso climático. Y la estamos perdiendo.
El tercer regalo: un bosque que frena la pobreza
Quizás el aporte menos visible del Gran Chaco sea el social. Juano lo explica con claridad: “En el bosque se evita la indigencia. La mayoría de las familias no caen en la miseria porque pueden producir sus alimentos. La comunidad es su sistema de contención, más poderoso incluso que el del Estado”.
Este bosque permite que las comunidades tengan un piso de seguridad. Allí no sobra nada, pero nadie queda completamente desamparado. Cuando ese tejido social se rompe por la deforestación, ocurre algo dramático: la migración forzada.
Quien pierde su tierra debe irse a las grandes ciudades. Pero llega sin red, sin recursos ni oportunidades. Así nacen los cinturones de pobreza estructural que rodean a las urbes. Por eso, proteger el Gran Chaco es más que una cuestión ambiental. También es una estrategia para prevenir la pobreza en nuestras ciudades.
El tesoro en riesgo
Los números de deforestación muestran que el Gran Chaco atraviesa una de sus crisis más profundas. La tala indiscriminada, la expansión agrícola y la caza ilegal están empujando a este ecosistema al borde del colapso.
Pero también hay esperanza. Iniciativas como el Banco de Bosques trabajan para salvar hectáreas de quebrachales. ¿Cómo lo hacen? Comprando tierras y garantizando que queden protegidas para siempre. Así, cada aporte ciudadano se traduce en metros cuadrados resguardados.
La pregunta es: ¿cuánto tiempo más podemos esperar? Cada hectárea perdida significa menos agua, más pobreza y un clima más extremo.
El Gran Chaco es un tesoro que está en riesgo. Y salvarlo no depende solo de las comunidades locales o de los gobiernos provinciales. Depende de todos. Porque cuando un árbol cae en el Chaco, no sólo se derrumba un bosque. También se quiebra un equilibrio del que depende nuestra vida diaria.
El momento de actuar es ahora.